Cuando uno abre un libro de Paco Roca, ya sabe a qué se expone. Sus obras son intimistas, huyen de la espectacularidad y se centran en lo cotidiano, lo cercano y lo que nos ocurre día a día. Eso no es malo, en absoluto, si esa aproximación se realiza desde el cariño y el increíble talento que destila página de su obra.
Roca es el autor de lo cercano, pero no por ello menos extraordinario que otros cómics, más fantásticos y con menos contacto con la realidad.
El Invierno del Dibujante es Historia. Así, con mayúculas. Se trata de un repaso de una época que muchos de nosotros, la inmensa mayoría, no hemos conocido, pero de la que sí hemos disfrutado de todo lo que ocurrió allí.
La época dorada de las historietas infantiles y juveniles ilustradas, la época de mayor esplendor de Bruguera, de sus revistas y sus personajes míticos. Esos mismos que durante mucho tiempo han sido ninguneados, por editores, por reeditores y hasta por los mismos lectores que veíamos en ellos, todos nosotros, un entretenimiento frugal e infantil.
Sí, era eso, pero también eran el trabajo, la ilusión y la esperanza de autores, de dibujantes y guionistas, que estaban tan ilusionados por ese medio que crecía en importancia y popularidad a medida que pasaban los años.
El libro nos lleva a esos tiempos en los que Escobar, Conti, Ibañez, Mora, Cifré y tantos otros llevaban a los hogares de toda España la ilusión y la sonrisa con personajes que, siendo como eran caricaturas humorísticas, reflejaban el sentir y el ser del españolito medio en aquella época.
Frente a unas férreas condiciones, que rozaban la esclavitud creativa, los sufridos autores de la editorial vendían sus originales por unas míseras pesetas y perdían los derechos de tan jugosas creaciones. Ni Zipi y Zape, ni Carpanta, ni Mortadelo, Anacleto, El Reporter Tribulete ni ninguno de esos personajes eran propiedad de sus creadores. Todos eran de la editorial.
La historia se centra, por una parte, en la figura de Rafael González, el responsable del departamento de historietas de la editorial, quien revisaba todo, absolutamente todo lo que iba a publicar y marcaba las correcciones, con un temido lápiz rojo.
Aunque parece el malo de la historia, pronto comprobamos que hay más en él de lo que parece, y que su amor por el medio es tan grande como lo es para los dibujantes, redactores y guionistas que están a sus órdenes.
La otra línea argumental es sobre la creación de Tío Vivo, una cabecera que osó retar al gigante y crear un material que pertenecía a sus autores, no a una editorial. Un hito que se unió al de muchos creadores en todo el mundo, que reivindicaban sus derechos sobre su trabajo. Un trabajo artístico que muchos negaban y que secuestraban para hacer crecer sus cuentas corrientes, mientras que los que de verdad hacían el trabajo se conformaban con unas migajas.
Escobar, Conti, Peñarroya y otros grandes se unieron para crear la revista, que fue al final comprada por Bruguera y mantenida como una más de sus revistas de historietas.
Una gran época que podría haber cambiado la historia del cómic en nuestro país, y quien sabe si tambiéne en el mundo, de haber salido bien.
Por suerte, algunos de esos personajes creados por ellos han pasado, por fin, a su dominio y hoy ellos y sus descendientes son reconocidos como los auténticos padres de unos personajes que han estado en nuestras vidas desde siempre. Y, esperemos, durante muchas más.
Gracias, Paco, por tan increíble trabajo.
Un saludín.
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